¿Qué tiene ella que no tenga yo?
Es legítimo fiscalizar la gestión de Bachelet, pero es interesante reflexionar sobre las motivaciones que subyacen a esta ofensiva, que no radican en el celo por un buen gobierno.
Por lo visto, se abrió la temporada de caza. Así parece desprenderse de la reunión almuerzo que esta semana efectuó el Presidente de la República con una veintena de diputados de su sector. En efecto, cual convocatoria que se realiza al amanecer, antes de iniciar el acecho -aunque, en este caso, las cómodas dependencias de Cerro Castillo reemplazaron los rigores del tradicional fogón- los partícipes escucharon atentos las sugerencias e instrucciones que impartía el Mandatario.
Fiscalizar a los poderes públicos, tanto por sus actuaciones pasadas como presentes, no es sólo una prerrogativa constitucional de los parlamentarios o una obligación de los tribunales de justicia, sino también un deber de los medios de comunicación, las organizaciones sociales y la ciudadanía en general. Nadie, por ninguna circunstancia, puede -como sucedió en un pasado no muy lejano- pretender que sus actuaciones públicas queden excluidas del escrutinio popular o impedir, por cualquier forma, que se investiguen los delitos, irregularidades o simples torpezas que se pudieron haber cometido por cualquier autoridad en el ejercicio de su cargo.
Aclarado lo anterior, en cuanto a lo legítimo y deseable que resulta la acción fiscalizadora, creo interesante reflexionar sobre las motivaciones de fondo que subyacen a esta ofensiva, las que no radican precisamente en el celo por un buen gobierno.
En primer lugar, ya durante la campaña presidencial varios analistas observaron que la candidatura de Piñera carecía de un proyecto que reflejara en forma distintiva los valores y principios de la centroderecha. Por el contrario, y licuando buena parte de sus contenidos, la principal bandera electoral hizo referencia a la necesidad de una mejor gestión. Dicho de otra forma, harían lo mismo, pero mejor que sus adversarios.
Sin embargo, a cuatro meses de haberse iniciado esta administración, y cuando "la nueva forma de gobernar" no es más que una quimera, se hizo indispensable bajar la vara. Defraudadas varias expectativas, en particular las que hacen referencia a la promesa de mayor rigor, agilidad o "el gobierno de los mejores", la alternativa -para justificar y mostrar la diferencia- es ahora denostar todavía más la obra de los antecesores.
Segundo, en la medida que las encuestas sigan reflejando un fuerte apoyo ciudadano a lo que fue la gestión de Michelle Bachelet, su figura se erigirá como el principal obstáculo a la sucesión de la actual administración. Puestas así las cosas, y ya habiendo desalojado del gobierno a la Concertación, la nueva orden del día es socavar y desacreditar el legado de su más insigne representante.
"¡Es la política, estúpido!", dirán algunos. Y aunque es cierto que nada de esto debería sorprendernos, ello no impide alertar sobre los costos de transitar por este camino. El más evidente se refiere al deterioro de las relaciones entre el gobierno y la oposición. Por de pronto, no se puede por la mañana prodigar sonrisas, demandar responsabilidad y solicitar se aúnen voluntades para el gobierno de la unidad nacional; y, por la tarde, promover que se despotrique contra los adversarios, desacreditando su gestión pública o socavando su talante moral.
El juego del policía bueno y el malo es más viejo que el hilo negro. Según reconocieron a La Tercera varios asistentes a la reunión, el Presidente afirmó: "Hay un listado de irregularidades sobre las que les podemos informar". Si Piñera ha tomado la decisión de adoptar una postura más beligerante, que al menos tenga el coraje político de encabezarla él y no refugiarse en un conjunto de parlamentarios de su sector para que hagan el trabajo sucio. Contrario a lo que estaba acostumbrado el Mandatario, aquí ya no se pueden capitalizar las ganancias y socializar las pérdidas.
La devoción que el actual Presidente profesa hacia las encuestas puede terminar siendo un arma de doble filo en la medida en que -como a la fecha ha sucedido- su popularidad no se encumbre por sobre la de sus colaboradores. A falta de luz propia, y después de haber querido opacar la de sus antagonistas, ¿qué frena la tentación de dirigir los dardos hacia sus colaboradores que sí cuentan con la gracia ciudadana?
En efecto, a ratos parece que esto ya adquirió ribetes personales. Tengo la impresión de que Piñera está obsesionado con la ex Presidenta, en la medida que -como reza el réclame de una tarjeta de crédito (valga la ironía)- "hay cosas que el dinero no puede comprar". Por de pronto, credibilidad, simpatía y ser depositario de un enorme respeto y cariño por la gran mayoría de los ciudadanos.
por Jorge Navarrete - 04/07/2010 - 09:00
La Tercera
Por lo visto, se abrió la temporada de caza. Así parece desprenderse de la reunión almuerzo que esta semana efectuó el Presidente de la República con una veintena de diputados de su sector. En efecto, cual convocatoria que se realiza al amanecer, antes de iniciar el acecho -aunque, en este caso, las cómodas dependencias de Cerro Castillo reemplazaron los rigores del tradicional fogón- los partícipes escucharon atentos las sugerencias e instrucciones que impartía el Mandatario.
Fiscalizar a los poderes públicos, tanto por sus actuaciones pasadas como presentes, no es sólo una prerrogativa constitucional de los parlamentarios o una obligación de los tribunales de justicia, sino también un deber de los medios de comunicación, las organizaciones sociales y la ciudadanía en general. Nadie, por ninguna circunstancia, puede -como sucedió en un pasado no muy lejano- pretender que sus actuaciones públicas queden excluidas del escrutinio popular o impedir, por cualquier forma, que se investiguen los delitos, irregularidades o simples torpezas que se pudieron haber cometido por cualquier autoridad en el ejercicio de su cargo.
Aclarado lo anterior, en cuanto a lo legítimo y deseable que resulta la acción fiscalizadora, creo interesante reflexionar sobre las motivaciones de fondo que subyacen a esta ofensiva, las que no radican precisamente en el celo por un buen gobierno.
En primer lugar, ya durante la campaña presidencial varios analistas observaron que la candidatura de Piñera carecía de un proyecto que reflejara en forma distintiva los valores y principios de la centroderecha. Por el contrario, y licuando buena parte de sus contenidos, la principal bandera electoral hizo referencia a la necesidad de una mejor gestión. Dicho de otra forma, harían lo mismo, pero mejor que sus adversarios.
Sin embargo, a cuatro meses de haberse iniciado esta administración, y cuando "la nueva forma de gobernar" no es más que una quimera, se hizo indispensable bajar la vara. Defraudadas varias expectativas, en particular las que hacen referencia a la promesa de mayor rigor, agilidad o "el gobierno de los mejores", la alternativa -para justificar y mostrar la diferencia- es ahora denostar todavía más la obra de los antecesores.
Segundo, en la medida que las encuestas sigan reflejando un fuerte apoyo ciudadano a lo que fue la gestión de Michelle Bachelet, su figura se erigirá como el principal obstáculo a la sucesión de la actual administración. Puestas así las cosas, y ya habiendo desalojado del gobierno a la Concertación, la nueva orden del día es socavar y desacreditar el legado de su más insigne representante.
"¡Es la política, estúpido!", dirán algunos. Y aunque es cierto que nada de esto debería sorprendernos, ello no impide alertar sobre los costos de transitar por este camino. El más evidente se refiere al deterioro de las relaciones entre el gobierno y la oposición. Por de pronto, no se puede por la mañana prodigar sonrisas, demandar responsabilidad y solicitar se aúnen voluntades para el gobierno de la unidad nacional; y, por la tarde, promover que se despotrique contra los adversarios, desacreditando su gestión pública o socavando su talante moral.
El juego del policía bueno y el malo es más viejo que el hilo negro. Según reconocieron a La Tercera varios asistentes a la reunión, el Presidente afirmó: "Hay un listado de irregularidades sobre las que les podemos informar". Si Piñera ha tomado la decisión de adoptar una postura más beligerante, que al menos tenga el coraje político de encabezarla él y no refugiarse en un conjunto de parlamentarios de su sector para que hagan el trabajo sucio. Contrario a lo que estaba acostumbrado el Mandatario, aquí ya no se pueden capitalizar las ganancias y socializar las pérdidas.
La devoción que el actual Presidente profesa hacia las encuestas puede terminar siendo un arma de doble filo en la medida en que -como a la fecha ha sucedido- su popularidad no se encumbre por sobre la de sus colaboradores. A falta de luz propia, y después de haber querido opacar la de sus antagonistas, ¿qué frena la tentación de dirigir los dardos hacia sus colaboradores que sí cuentan con la gracia ciudadana?
En efecto, a ratos parece que esto ya adquirió ribetes personales. Tengo la impresión de que Piñera está obsesionado con la ex Presidenta, en la medida que -como reza el réclame de una tarjeta de crédito (valga la ironía)- "hay cosas que el dinero no puede comprar". Por de pronto, credibilidad, simpatía y ser depositario de un enorme respeto y cariño por la gran mayoría de los ciudadanos.
por Jorge Navarrete - 04/07/2010 - 09:00
La Tercera
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