Las claves de la derrota y los ejes de la refundación del progresismo.

La dolorosa derrota sufrida el domingo 17 de enero sorprendió a quienes sistemáticamente se negaron a reconocer las causas de la grave crisis política de la Concertación que llevó a su división. La restructuración del progresismo, entre otros aspectos, pasa por una evaluación crítica de la gestión gubernamental de la Presidenta Bachelet. Este artículo quiere contribuir a ese debate.

1. Un mal diagnóstico del último gobierno de la Concertación condujo a una propuesta programática que no se diferenciaba sustancialmente de la de Piñera, y que obtuvo apenas el apoyo del 29% de los votantes.
Diferentes integrantes de la Concertación llaman a su renovación, vocablo que, como tantos otros, nunca ha sido suficientemente definido. Predomina la visión de que se trata de una crisis de sus partidos, que no han entendido las transformaciones experimentadas por el país ni la necesidad de abrirse a la ciudadanía y de renovar los liderazgos. Dirigentes como Carolina Tohá y Ernesto Ottone afirman que los cimientos de esta renovación deben construirse a imagen y semejanza del último gobierno, debido a su capacidad de reconocer dichos cambios y a su relación abierta con la ciudadanía.

Esta visión orientó la estrategia gubernamental de la primera vuelta. La alta popularidad de que goza la Presidente se percibió como sinónimo de que la ciudadanía quería más de lo mismo. Sumado ello al bajo perfil del candidato, los estrategas de la campaña, buscaron,transformar su propuesta política en una simple continuidad del Gobierno de Michelle Bachelet. Para los estrategas de la campaña el problema fundamental fue cómo endosarle a Frei la popularidad de la Presidenta. Múltiples fueron los mecanismos utilizados. El más urgente era transformar la imagen del ingeniero interesado en los problemas de la infraestructura en el adalid de la protección social. Luego, a partir de una mala lectura de la popularidad del Ministro de Hacienda, se nombró como jefe programático a un personero muy cercano a él. De esta manera con un ingenioso juego de máscaras (que gozaba del beneplácito de algunos sectores del Partido Socialista) se aspiraba a cristalizar en la candidatura de Frei la alianza entre la nueva izquierda y los sectores más conservadores de la Concertación, alianza por cierto fue la columna vertebral del gobierno de la Presidenta Bachelet.

El núcleo conservador que se constituyó en torno a Eduardo Frei en la primera vuelta propugnó una propuesta programática que eludió los grandes temas que demandaba ese 55% de la población que votó por los candidatos distintos a Piñera. Se hablaba así de una economía verde sin tomar posiciones claras sobre los grandes temas medioambientales. De lograr relaciones cooperativas entre trabajadores y empresarios, como si existieran relaciones simétricas entre ambos actores económicos y no estuviese pendiente una gran reforma laboral. De mejorar la educación en forma genérica, sin asumir con vigor que el gran problema es fortalecer la educación pública, fuente indispensable de equidad social.

Las consecuencias fueron graves. Pese a que los encargados programáticos de todos los partidos de la Concertación habían propuesto de común acuerdo con los Océanos Azules un programa que enfatizaba un nuevo rol económico del Estado, una fuerte reforma constitucional, la educación pública, una amplia reforma laboral y tributaria y una apuesta por la descentralización, se impuso para la primera vuelta un deslavado programa que poco se diferenciaría del formulado por Piñera,

Ello resultaba tanto más grave ante el desafío interno de la Concertación, que provenía de la estampida de los grupos más progresistas de la coalición, que comenzaron a articularse en torno a las candidaturas de Enríquez Ominami, Navarro y Arrate. Levantar una propuesta de derecha cuando era indispensable captar a la gente del progresismo resulta sólo explicable porque las mentes más lúcidas del conservadurismo dentro de la Concertación temían perder sus posiciones de poder ante una eventual recomposición del la coalición. Esta estrategia, formulada por el Comando de Frei y sancionada por la cúpula socialista y demócrata cristiana, fue la principal responsable de que el candidato de la Concertación haya obtenido un 29% del voto popular en la primera vuelta.



2. Las crisis de los partidos de la Concertación son diferentes, y aún no emerge en el debate cuál deberá ser el derrotero de su renovación



El grave deterioro de los partidos de la coalición es evidente, pero tiene rasgos específicos en cada uno de ellos.. La Democracia Cristiana, que parecía inicialmente el partido más afectado por la crisis, está en proceso de recomposición. Latorre tenía probablemente parte de razón al no querer renunciar, pues el resultado senatorial del partido había sido satisfactorio; pese a su presencia hay renovación, hay nuevos rostros, pero el problema es la direccionalidad política de tal renovación. La recomposición de la democracia cristiana parece estar teniendo como eje a los sectores más liberales del partido (no debe extrañar que la familia Walker haya obtenido dos cupos senatoriales y un curul de diputado). Con el tiempo, este sector, partidario acérrimo de continuar con la privatización de la educación, se ha venido sintiendo cada vez más incómodo en la Concertación; por ello tampoco debe extrañar su rechazo luego de la primera vuelta, a “izquierdizar” el programa del candidato Frei y su clara disposición de entonces a colaborar con el eventual nuevo gobierno de Piñera.

La renovación brilla por su ausencia en el Partido Socialista. Probablemente en ningún otro partido de la coalición la fusión entre la militancia partidaria y su colocación en la burocracia pública haya definido con tal precisión la correlación de fuerzas interna. Aferrarse al poder, cualquiera fuera el costo, ha terminado por desdibujar totalmente la personalidad progresista de la entidad. Nunca el PS prestó tan poca atención al debate de ideas como en el último período. Las posibilidades de que exista un comienzo de renovación es que Escalona abandone la presidencia del partido en la reunión del comité central que tendrá lugar el próximo sábado.



3. La renovación de la Concertación pasa por una fuerte crítica y autocrítica del último gobierno de la Concertación.





Se equivocan profundamente quienes piensan que la renovación del Partido Socialista y de la Concertación tiene que tener como norte la experiencia gubernamental de la Presidenta Bachelet. No veo razón alguna para pensar que éste fue mejor que los gobiernos anteriores.



Desde el punto de vista de los logros y falencias, el resultado neto me parece negativo. Es cierto que la elección de una presidenta mujer constituyó un gran avance para el país. Es cierto que se creó un nuevo sistema público previsional; es cierto que Chile Crece Contigo fue un gran paso en la lucha contra la desigualdad. Es cierto, que los sectores más vulnerables fueron protegidos frente a la crisis.

Pero, junto a ello, aparece el Transantiago, catástrofe que el gobierno actual no pudo impedir (para no entrar más en detalle). La mala gestión gubernamental de los dos primeros años pasará sin duda a la historia. Fue un grave error la falta de imaginación del equipo económico para proponer al principio del gobierno un programa de manejo de parte de las holguras en inversiones sustantivas capaces de detener la caída del crecimiento de la productividad y relanzar las acciones para fortalecer la capacidad competitiva del país, para dar un salto en la educación, en el desarrollo tecnológico y en el mejoramiento de la capacidad del sector público del país. La irrupción posterior de la crisis financiera internacional que pareció transformar la falta de imaginación del equipo económico en una virtud bíblica (guardar en los años de vacas gordas para los años de vacas flacas) no resiste un análisis serio.



4. Los cuatro problemas básicos del último gobierno concertacionista.



Si bien los problemas de la Concertación venían de antes, en el presente gobierno hace crisis la gobernabilidad interna y se desdibuja fuertemente la definición progresista. La experiencia gubernamental de Bachelet no es útil para refundar el progresismo debido a (I) la naturaleza conservadora que tuvo su política; (II) los riesgos en que incurrió para alcanzar acuerdos con la derecha; (III) el significado que tuvo la delegación de la dirección política del gobierno en el Ministro de Hacienda y (IV) que el Gobierno asumió las banderas de la derecha más recalcitrante cuando empezó a considerar al mundo organizado como grupos corporativos con los cuales no se podía cooperar, por el presunto riesgo que capturaran la política pública y en consecuencia era necesario combatirlos..

¿Por qué decimos que predominó una política conservadora? Desde un principio el gobierno apostó a construir una mayoría con la derecha. Por eso es que, pese al clamor popular, la creación del pilar previsional público no fue acompañada por una reforma del sistema de capitalización individual. Por el contrario, se consolidó la liberalización del uso de los fondos (que luego serían fuertemente castigados por la crisis internacional, y que aún no alcanzan los máximos alcanzados antes de la crisis) y se rechazó la creación de una AFP estatal que abriera la posibilidad de elección, fortaleciera la competencia en el sistema -donde tres grupos controlan cerca del 80% de los afiliados- y mejorara la regulación pública. Por su parte la sentida demanda de una reforma laboral y el compromiso de la entonces candidata Michelle Bachelet de impulsarla no fue cumplido. Se dijo que afectaría la recuperación económica; lo que no se explicó fue como una ley que demoraría mucho tiempo en discutirse y más aún en entrar en vigencia, podría afectar la recuperación de la economía. En reemplazo de ello, se constituyó la Comisión de Equidad y Trabajo, que ni siquiera abordó la reforma laboral. Más aún, cuando de lo que se trataba era generar condiciones para mejorar la distribución primaria de los ingresos (esto es, que los trabajadores pudieran mejorar sus ingresos a través de la negociación colectiva) se propuso que los empresarios siguieran pagando bajos salarios y que el “salario ético” que había propuesto la Iglesia Católica fuera sustituido por el “ingreso ético”, esto es los mismos malos salarios, complementados por subsidio estatal.

Por otra parte, mientras que en la coalición existía creciente acuerdo de que en el largo plazo y más allá de los ingresos extraordinarios del cobre era necesaria una reforma tributaria para financiar el gran esfuerzo social pendiente y la recuperación del ritmo de crecimiento de la economía, Velasco en acuerdo con la derecha, buscó liberar más a las grandes empresas de la carga tributaria mediante la propuesta del reconocimiento de la depreciación acelerada. En el ámbito educacional el gobierno renunció a que la educación pública fuera el pilar de un sistema educacional de calidad, aspecto crucial para la equidad y para fortalecer la democracia y la cohesión social. Tal era el desaguisado que Carlos Montes, probablemente el mayor ícono del comportamiento responsable y disciplinado de los parlamentarios, se declaró en rebeldía.

Privilegiar acuerdos con la derecha tuvo sendas consecuencias para la política predominante. Generó una creciente insatisfacción entre los parlamentarios de la Concertación que de manera creciente se vieron sin protagonismo, obligados a votar acuerdos en los que no habían participado, y se sintieron buzones de las iniciativas del Ejecutivo. Aunado a crecientes problemas para forjar decisiones políticas del gobierno, la dinámica asumió cada vez más la forma de problemas disciplinarios. En un contexto de escaso debate político y en que la Presidenta no terminó de asumir plenamente el rol de jefa de la coalición, los partidos encararon la disidencia política como problema disciplinario. Abundaron las expulsiones: un senador y cinco diputados de la DC; un senador, un diputado y un dirigente histórico del PPD. En el PS la expulsión fue sustituida por la total exclusión de los disidentes, lo que se tradujo en la salida de dos senadores, un diputado, un dirigente histórico Jorge Arrate y números dirigentes intermedios. El PS en un momento tenía tres candidatos ex socialistas compitiendo con Frei. El rechazo a primarias abiertas fue el punto culminante de la división de la Concertación principal causa de la derrota del 17 enero. A los déficits en su capacidad para realizar un buen gobierno, la conducción presidencial no demostró capacidad de ordenar a su coalición, tarea fundamental del liderazgo político.

No hay empresa que sea dirigida por el gerente de finanzas. Pero el actual gobierno tuvo en el Ministro Velasco el principal dirigente, tanto hacia el interior del gobierno -basta empezar a conversar con funcionarios gubernamentales para que salga a relucir el excesivo protagonismo del Ministerio de Hacienda y del Ministro- como en las relaciones con el Parlamento (debate presupuestario, remuneraciones y leyes sectoriales) y con el movimiento social (debate en torno al salario mínimo y relaciones con ANEF). Esta situación se tradujo en graves problemas de conducción gubernamental y coordinación interministerial. Este y el tema anterior lo hemos tratado en extenso en http://blog.latercera.com/blog/erivera/entry/el_rol_del_gobierno_en

Finalmente, el predominio de una política tecnocrática que veía al movimiento social organizado como expresión de la ignorancia de la sociedad civil y como forma embozada de hacer primar el interés particular (“corporativo”) frente al interés general encarnado por la tecnocracia gubernamental, llevó al peak el distanciamiento entre el mundo organizado, base social histórica de la Concertación y el gobierno de la Presidenta Bachelet. Paradójicamente, tras la imagen de una presidenta de gran carisma y muy cercana a la gente se consolidaba un profundo divorcio entre los movimientos sociales, viejos y nuevos, con el último gobierno de la Concertación. Y como contrapartida, los ministros rendían examen ante el CEP y los organismos empresariales.



5. Bases para el relanzamiento del progresismo.





Inevitablemente todas estas razones llevan a concluir que la restructuración del progresismo pasa por una evaluación crítica de lo que fue la gestión gubernamental de la Presidenta Bachelet. Al mismo tiempo, es necesario debatir en profundidad los ejes de la propuesta concertacionista.

Ello no implica poner en cuestión los grandes éxitos de la coalición cuya articulación tradicional hoy finaliza y que constituyen en su conjunto los gobiernos más exitosos de la historia del país. Chile reconocerá siempre esta deuda, como lo han reconocido quienes asumirán el gobierno el próximo 11 de marzo. Pero sí implica reevaluar nuestra visión respecto de lo que constituye un proyecto progresista luego de la caída del muro de Berlín y del triunfo del capitalismo.

La persistencia de los problemas sociales en el mundo había cuestionado la capacidad del capitalismo de derrotar a la pobreza y a la desigualdad. La crisis financiera internacional puso en cuestión la idea de un capitalismo desregulado con un Estado excluido de la economía e hizo evidente la necesidad de una mayor regulación. Pero, más que eso, llamó la atención sobre el papel crucial del Estado y de la política para evitar que la recesión derivara en una larga depresión, como había ocurrido en los años 30 del siglo pasado. Más aún hizo evidente la necesidad de que el Estado recupere un rol crucial para estructurar un proyecto de país consensuado entre todos los actores. Esta es una lección clara de la experiencia actual de los países desarrollados y de aquellos -como Finlandia, Nueva Zelandia, entre otros- que han roto la barrera del subdesarrollo.

La caída del muro de Berlín dejó a la izquierda en una situación de vulnerabilidad ideológica tras haber sustentado un estatismo a ultranza. Y en un movimiento pendular se generalizó en el mundo la privatización,, percibida como sinónimo de la modernidad y la eficiencia. Pero en los países desarrollados y con mayor experiencia en estas lides las políticas de Thatcher y Reagan se tomaron con mayor criticidad y fueron realizadas en un contexto democrático. Por ello el Estado nunca retrocedió tanto como en Chile. Y las concepciones neoliberales en materia económica echaron en nuestro país raíces que han marcado también algunas políticas de los gobiernos de la concertación de manera profunda. A manera de ejemplo, hasta la experiencia del Transantiago era consenso entre las autoridades gubernamentales que la concesión era siempre mejor que la inversión y que gestión pública en infraestructura. En Gran Bretaña, en cambio, cada iniciativa de concesión se somete al examen riguroso y no se inicia una nueva operación hasta que se demuestra la superioridad de una u otra alternativa. La salud pública sigue siendo el pilar principal en ese país y en la mayoría de los países desarrollados.

Profundizar en este campo no es posible en el presente artículo. Sólo algunas acotaciones adicionales.

La primera, es que nuestro país sigue haciendo oídos sordos a una real política ambiental. Ninguna candidatura asumió seriamente los desafíos planteados por el cambio climático y la conferencia de Copenhague. Es crucial un diálogo nacional para construir un país que haga de la defensa de medioambiente una ventaja competitiva, junto con su aporte a una buena calidad de vida.

La reforma constitucional, que Frei planteó con fuerza aunque la idea era puesta en cuestión por varios de sus asesores principales, es indispensable para mejorar la calidad de la política, para transformar a las regiones en protagonistas de su propio desarrollo y del país, y para encarar el desafecto que expresan 4 millones de chilenos ante al sistema político. Clave es sin duda la apertura de los partidos a los ciudadanos. ¿Por qué no elegir a los candidatos a los cargos públicos y a los puestos directivos internos con la participación de la ciudadanía toda, no inscrita en otros partidos? ¿No es una manera de terminar con el control de operadores que empiezan sirviendo a un líder hasta que se dan cuenta que pueden usar su capacidad de movilización en su propio beneficio?

Es fundamental replantear la relación entre sociedad civil, partidos y gobierno. Es necesario terminar con la idea de que es beneficioso para la democracia y al país poner punto final a la sociedad movilizada.,Es necesario terminar con la idea que el interés general se contrapone con los intereses de los grupos que se organizan. Debe superarse en nuestro país el “extremismo jacobino” que ha unificado a quienes confían en que el interés general está definido automáticamente por las leyes generales de la historia con los neoliberales que desconfían de la organización social y conciben la sociedad como suma de individuos y rechazan la organización social y la política como medio de construcción social. Es necesario superar la visión del individuo posmoderno que presuntamente no valora la política ni lo colectivo, en aras de su interés individual estrecho. La elección de Obama sobre la base de la movilización ciudadana es el mentís más categórico a los defensores de la postmodernidad en su interpretación más simplista.

No deja de ser paradójico, que aunque el movimiento social progresista está en franco deterioro, proliferen variadas formas de la organización social de derecha e integristas. La aspiración a organizarse y la movilización social correspondiente es el alimento clave para la renovación partidaria. Más aún, la eficacia y la eficiencia de la política pública se acrecentarán cuando se abran amplios espacios a la participación ciudadana organizada.

Al cerrarse este ciclo político tenemos que discutir las bases sobre las cuales podrá el progresismo reconstituirse y volver a ser alternativa de gobierno. Repensar los partidos, la organización social y la política pública a partir del mundo creado por las nuevas tecnologías y del ser humano empoderado, entre otros tantos aspectos, es crucial para el progresismo..


Por Eugenio Rivera.
Blog La Tercera

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